Para festejar este viernes y la llegada de los primeros fríos, nos juntamos y prendemos un fueguito. Comentarios sobre la religión oriental carnívora y toda su liturgia.
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¿Che, ahora que estamos todos contactados por facebook, cuándo hacemos un asadito?
Casa sin fuego, cuerpo sin alma. En este país de mayoría de ateos o de religiosos no practicantes, el fuego y la carne son la religión mayoritaria. En toda casa que se digne existe un altarcito. Más grande o más pequeño. Si no hay lugar hacemos el parrillero en la azotea, en el balcón o en el garaje, estufa a leña o por lo menos mediotanque. Y de mediotanques tenemos gran variedad, hechos con bidones de 200 litros, de calefones, de chapas, con carcazas de heladeras viejas y hasta braseros con llantas de camión recicladas.
La gente le busca la vuelta para rendir homenaje, si es posible semanalmente, a la santísima trinidad oriental: el Dios Fuego, San Hernandarias y el Espíritu Uruguayo.
No hay casi ateos para esta religión, somos el país de mayor consumo de carne per-cápita del mundo. También hicimos el mayor asado del mundo y con un rústico asado en la tierra del jardín del hotel y con el mejor fútbol deslumbramos a los franceses en las olimpíadas de Colombes. El primero de mayo se celebra con un asado y las carnicerías quedan vacías, más vacías que las santerías en Iemanyá y que los shoppings en Navidad.
El altar de la casa es el dolor de cabeza de los arquitectos. Cuando hacen el proyecto para una familia, pueden llegar a discutir sobre la cocina, el baño, las escaleras; pero lo que es interminable y tiene ribetes de realismo mágico, la discusión con los clientes por la ubicación de la barbacoa, el horno de pan y el parrillero.
Lo más gracioso es que después de acceder a la gran barbacoa, muchos no la usan. Hacen un super estreno para mostrarle a los amigos la gran obra, se cumple con el rito de iniciación y por ahí queda. Pero los ladrillos están ahí y con ellos los sueños que nos sostienen vivos. Soñamos con grandes banquetes carnívoros compartidos con los amigos de la escuela, el liceo, el laburo y el club. El banquete está presente en todas las redes sociales, mails y facebookes uruguayos.
Hasta la academia se ocupa del tema, hace unos años salió un libro analizando la religión: “Antropología del asado”. No nos olvidemos del libro más buscado en la feria de Tristán Narvaja, el almanaque del Banco de Seguros con los planos de como hacer el altar, con sus tres formatos estándar: parrillero, estufa a leña u horno de pan.
En mi barrio, el Cordón, donde las construcciones ocupan todo el terreno disponible y hay muchos pasillos interiores con apartamentitos, no hay lugar para el parrillero en el fondo. La gente se arregla con el mediotanque en la calle o simplemente con un fuego al cordón de la vereda, con la parrilla apoyada en el granito. Si agudizan la vista y miran hacia abajo, van a ver los cordones quebrados y tiznados por algún ritual extinto. Del asado no quedan ni los huesitos.
Formamos parte de la única religión que sacrifica animales, se los come y reutiliza todo. Nada de andar dejando plumas tiradas al lado de un árbol. Como buenos descendientes de los antropófagos guaraníes, nos comemos hasta la grasa y los huesos. En realidad, la osamenta de la vaca nos cae un poco indigesta, así que los huesos son para el perro.
Para terminar esta nota, una simple frase para saludar al pastor que ha estudiado y practicado años para hacer posible la semanal comunión con la familia y los amigos, juntos en torno al fuego y un pedazo de carne:
“Un aplauso para el asador”.
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