Foto: Ale Castell |
Ver lo que somos hoy y lo que eramos 5 años antes impresiona. La gente se suma y acompaña el esfuerzo colectivo. Sigue faltando mucho, por ahora intentamos competir dignamente en segunda división y fortalecernos institucionalmente, llegar a 500 socios, tener más actividades, más gimnasios, mas amigos para disfrutar la vida compartida, con las alegrías y los muchos conflictos que se nos presentan, siempre acompañados, así se sobrellevan mejor.
Pero a los urugayos a veces se nos va la moto con la crítica, "no nos comemos ninguna", solo podemos salir campeones y se escuchan frases como la del título: "este club es una mierda", que causan desazón en vez de rebeldía, que invitan a irse al carajo en vez de redoblar esfuerzos y que además privan del disfrute, por lo menos por un ratito al ver el camino andado, imposibilitanto soñar y proyectar hacia adelante.
Hoy la frase del viernes la escribe Pablo Aguirrezabal, con su columna en la Diaria de los sábados, a la que suscribo 100% y me parece la mejor crítica cultural y social que he leido en los últimos tiempos.
¡Gracias Pablo!.
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¡Esta columna es un desastre!
Hoy los invito a ir al rincón de pensar. O mejor: al de sentir.
Esta columna, lo lamento, será autorreferencial. Pero la
autorreferencia me resulta necesaria. Como tacho de basura cerca para no
andar con las cáscaras de tangerina en la mano.
Los otros días —como diría mi abuela— en el programa de radio donde cumplo tareas, y además me la gozo entre amigos, hermanos y grandes maestros, entrevistamos a Fabiana Goyeneche, directora de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo y cara visible del No a la Baja. La brutalidad de mensajes que llegaron hacia ella de odio, bronca, desprecio y todos los sinónimos que entren en una búsqueda de google fue impactante. Y para mí, también, muy angustiante. Duro. Pero yo soy medio palomita. Pongámosle.
Días atrás, en twitter, para promocionar un taller que brindaré en el local de la diaria este fin de semana, escribí y compartí: “Para gente entusiasmada con la vida”, y me llega una respuesta inmediata que decía “entusiasmada con la vida en Uruguay Pablo? Jaja”. Voy en el bondi y escucho: “¡Este país es un desastre!”. El fin de semana me insiste repetidamente un amigo que me contrató para animar su fiesta: “Este país es una mierda, hay que irse”. Paso por el kiosco y me comenta el kiosquero: “Así está el país” (esta última frase, al ser una muletilla que utilizo habitualmente para reírme de la vida, me resulta hasta familiar, pero en este caso, tiene el valor agregado del ceño fruncido del doloso declarante). Me entro a preguntar al cierre de estos siete días con la dieta del cachetazo en la nuca: ¿me estoy perdiendo de algo?, ¿están viendo alguna serie que está buenísima pero que yo no la tengo en mi canalera?, ¿deberé volver a chuparme el informativo diario y creerme todo así no me siento por fuera?, ¿soy un insensible que no veo que las cosas están requetemal? Por lo pronto, me sensibiliza este dolor que golpea mi puerta, así que en todo caso: SIENTO. Tal vez tendré otra sensibilidad. Cada uno tiene la suya, claro. Confieso que tuve que dejar de consumir tanto el semanario que yo más leía porque la cantidad de conflictos que exhibía por centímetro por columna era infernal (sindicales, bélicos, políticos, policiales, cinematográficos). Tuve que dejar de escuchar al tipo que me inició en la radio porque entré a sentir que más que informarme me estaba lijando el pecho. ¿Me estoy negando el mundo?, ¿estoy viviendo en un táper?
Pero bue, cambiemos de tema mejor.
Qué te cuento que el año pasado la vida me empujó hasta un encuentro de Ecoaldeas en País Vasco con gente de todo el globo, que cree y crea cada día una nueva ruralidad, una forma integral de ver la realidad. Para impulsar el arranque de la cosa, nos reunimos todos los participantes —cerca de 500— alrededor de un fuego. Cantamos, agradecimos el encuentro, y a continuación se propuso que el que quisiera pasara al centro, compartiera algo desde la emoción y ofrendara al fuego, si así lo sentía, una pizca de un tabaco que había sido colocado en la arena. Con la ansiedad y la necesidad de llamar la atención que me caracteriza, me mandé nomás a la lumbre. Tomé aire y dije: “Hola. Soy de Uruguay, veo que soy el único con mate, así que seguramente sea el único uruguayo acá. Quisiera compartir unas palabras de un compatriota, que me llegan al alma en este momento:
‘Yo quiero que en mi país,
la gente viva feliz,
aunque no tenga permiso. Gracias’”.
Tiré algo de tabaco al fuego y me volví a mi sitio en la ronda. A continuación, pasó un brasileño (con su país en pleno apogeo de la comedia negra del gran capital y la prostitución administrativa). Agradeció, tiró tabaco al fuego y empezó a danzar suavemente sonriendo y cantando:
Viver e não tenha a vergonha de ser feliz
Cantar e cantar e cantar
A beleza de ser um eterno aprendiz
eu sei que a vida devia ser bem melhor e será
Mas isso não impede que eu repita
É bonita, é bonita e é bonita.
Y acá, yo el palomita, de retorno a casa, cuando me siento como la playa cuando se rompe el caño colector, entro a facebook y dejo instalada en mi muro la frase de Gandhi, o de Mafalda, o Mandela, o Buda, o Einstein, o de algún filósofo griego, ya ni sé, que dicta: “Si la vida te tira limones, hacete una limonada”.
Los otros días —como diría mi abuela— en el programa de radio donde cumplo tareas, y además me la gozo entre amigos, hermanos y grandes maestros, entrevistamos a Fabiana Goyeneche, directora de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo y cara visible del No a la Baja. La brutalidad de mensajes que llegaron hacia ella de odio, bronca, desprecio y todos los sinónimos que entren en una búsqueda de google fue impactante. Y para mí, también, muy angustiante. Duro. Pero yo soy medio palomita. Pongámosle.
Días atrás, en twitter, para promocionar un taller que brindaré en el local de la diaria este fin de semana, escribí y compartí: “Para gente entusiasmada con la vida”, y me llega una respuesta inmediata que decía “entusiasmada con la vida en Uruguay Pablo? Jaja”. Voy en el bondi y escucho: “¡Este país es un desastre!”. El fin de semana me insiste repetidamente un amigo que me contrató para animar su fiesta: “Este país es una mierda, hay que irse”. Paso por el kiosco y me comenta el kiosquero: “Así está el país” (esta última frase, al ser una muletilla que utilizo habitualmente para reírme de la vida, me resulta hasta familiar, pero en este caso, tiene el valor agregado del ceño fruncido del doloso declarante). Me entro a preguntar al cierre de estos siete días con la dieta del cachetazo en la nuca: ¿me estoy perdiendo de algo?, ¿están viendo alguna serie que está buenísima pero que yo no la tengo en mi canalera?, ¿deberé volver a chuparme el informativo diario y creerme todo así no me siento por fuera?, ¿soy un insensible que no veo que las cosas están requetemal? Por lo pronto, me sensibiliza este dolor que golpea mi puerta, así que en todo caso: SIENTO. Tal vez tendré otra sensibilidad. Cada uno tiene la suya, claro. Confieso que tuve que dejar de consumir tanto el semanario que yo más leía porque la cantidad de conflictos que exhibía por centímetro por columna era infernal (sindicales, bélicos, políticos, policiales, cinematográficos). Tuve que dejar de escuchar al tipo que me inició en la radio porque entré a sentir que más que informarme me estaba lijando el pecho. ¿Me estoy negando el mundo?, ¿estoy viviendo en un táper?
Pero bue, cambiemos de tema mejor.
Qué te cuento que el año pasado la vida me empujó hasta un encuentro de Ecoaldeas en País Vasco con gente de todo el globo, que cree y crea cada día una nueva ruralidad, una forma integral de ver la realidad. Para impulsar el arranque de la cosa, nos reunimos todos los participantes —cerca de 500— alrededor de un fuego. Cantamos, agradecimos el encuentro, y a continuación se propuso que el que quisiera pasara al centro, compartiera algo desde la emoción y ofrendara al fuego, si así lo sentía, una pizca de un tabaco que había sido colocado en la arena. Con la ansiedad y la necesidad de llamar la atención que me caracteriza, me mandé nomás a la lumbre. Tomé aire y dije: “Hola. Soy de Uruguay, veo que soy el único con mate, así que seguramente sea el único uruguayo acá. Quisiera compartir unas palabras de un compatriota, que me llegan al alma en este momento:
‘Yo quiero que en mi país,
la gente viva feliz,
aunque no tenga permiso. Gracias’”.
Tiré algo de tabaco al fuego y me volví a mi sitio en la ronda. A continuación, pasó un brasileño (con su país en pleno apogeo de la comedia negra del gran capital y la prostitución administrativa). Agradeció, tiró tabaco al fuego y empezó a danzar suavemente sonriendo y cantando:
Viver e não tenha a vergonha de ser feliz
Cantar e cantar e cantar
A beleza de ser um eterno aprendiz
eu sei que a vida devia ser bem melhor e será
Mas isso não impede que eu repita
É bonita, é bonita e é bonita.
Y acá, yo el palomita, de retorno a casa, cuando me siento como la playa cuando se rompe el caño colector, entro a facebook y dejo instalada en mi muro la frase de Gandhi, o de Mafalda, o Mandela, o Buda, o Einstein, o de algún filósofo griego, ya ni sé, que dicta: “Si la vida te tira limones, hacete una limonada”.
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