Crónicas del barrio, la ciudad y el mundo

Crónicas del barrio, la ciudad y el mundo
Casuales casualidades, me llevaron a nacer... en Montevideo

viernes, 19 de septiembre de 2014

El parque de los Aliados de los recuerdos.


El parque de los Aliados me acompaña desde el útero materno. Hace poco mi madre me contó que estaba caminando con mi abuela por el parque, cerca de Bvar. Artigas cuando empezó con los dolores de parto y arrancó para el hospital.

Año 1971 con 5 años en mi primer foto color
sacada con una popular máquina de la RDA
De chico me llevaba a jugar al ombú que hay al costado del monumento al Dr. Morquio, primer pediatra del Uruguay. Me tiraba por la falda del frondoso árbol como si fuera un tobogan. Cuando tenía 5 años me llevaba a los juegos que hay al costado de la pista de atletismo, donde se alquilaban caballitos Ponys y autitos a pedal como se ilustra en la foto que acompaña.

El trencito ha cambiado un poco, solo quedan los vagones y ya no tira más la locomotora que tenía un motor VW 1300 del año 62. Ahora hace la fuerza un moderno tractorcito de jardinero.

De mi infancia todavía quedan los autitos que giran en un circulo ondulado similar al Gusano Loco. Esos autos modelo años cincuenta supieron estar en la esquina del Zoo, donde ahora está el estacionamiento sobre Rosell y Rius.

Con 12 años iba todas las noches a entrenar a la pista de atletismo con el Sporting Club Uruguay. Correr alrededor de la pista, por el sendero maravilloso bajo los árboles exóticos que la enriquecen. Saltar alto y quedar panza arriba en el gran colchón mirando las estrellas panza arriba. Salía a las 10 de la noche y no pasaba nada, me iba con la Graziella rodado 16 por el medio del parque y Ramón Anador hasta Larrañaga y Rivera.

De joven, en los años 90 no estaba Azabache pero disfrutamos del Circo que se organizaba en  diciembre bajo el rodal de espigadas palmeras Pindó, junto al Instituto de Educación Física. Todas las noches se presentaban una cantidad increíble de números teatrales, mimos y músicos. Recién se empezaba con los malabares y clowns. Creo que ahi vi por última vez a Eduardo Mateo, cantando unas cosas delirantes que no se entendían mucho pero que todos festejábamos con locura.

Cientos fueron las noches que dimos la vuelta a Ricaldoni entrenando con el club, bordeando el silencioso "coloso de cemento".

La carreta sigue en su lugar, creo que los niños ya no se pueden subir encima de los bueyes. Los autitos a pedal todavía se alquilan y mi hijo más chico los supo disfrutar hasta hace poco tiempo por la módica suma de 20 pé.

De postre recomiendo el Pop dulce del kiosco, que además vende los mejores churros de Montevideo. Hay algo que llama exquicitamente la atención, algo que debería ser normal pero que escasea en estos tiempos, el relleno de dulce de leche lo ponen de punta a punta del churro, sin garroneos mezquinos.

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