Una vuelta por las canteras alrededor del Teatro de Verano puede ser una gran aventura. Si andan los seguidores de Momo en la vuelta, mucho mejor. ¡Y es Gratis!
Son las 8 en la tardecita montevideana, los carnavaleros hacen cola en la entrada lateral. Vienen cargando sus ampulosos disfraces, algunos con la bocha pelada y pintados por todos lados, ni los cuellos se salvan de la brillantina. Los camiones repletos de escenografía y utiles se arriman para descargar.
Hace años que no subía a la cantera, caminando por el trillo de pasto nos encontramos con el resoplido entrecortado de una vecina:
- "Mi marido sale en la Yambo pero no conseguí entrada, está todo lleno, así que lo voy a ver atrás del tejido, allá arriba".
Con una sonrisa y la cara media desencajada por el esfuerzo, comenta que está muy gorda para andar haciendo deportes de riesgo.
Allá abajo, en el pedregullo empiezan a encender los fuegos para hacer los chorizos. A unos metros se escuchan voces, cantos lejanos, son los coros entrando en calor. En un rato "se juegan la vida" en el concurso oficial. Dos niños no se enteran de nada, se tiran sentados sobre cartones por la barranca.
Por fin llegamos a la cima. A un costado nos encontramos con el puente en arco que cruza hasta el otro lado de la cantera. A mi hijo de 9 años le brillan los ojos.
- "Vamos papá, ¿Se puede ir?".
Supuestamente no, pero sí. Nos sentamos en el medio del puente y saludamos a los autos. Somos los dueños del paisaje, en el centro de un tajo de piedras rajadas a pura dinamita en la época de Piria. En algunos riscos asoman elementos nuevos: los agarres y ganchos que han clavado los "alpinistas" uruguayos; estamos en su zona de entrenamiento.
Damos la vuelta y llegamos al tejido que limita las espaldas de las gradas del Teatro de Verano. De un lado del tejido la puesta de sol, del otro el templo de dios Momo, donde se le canta a la noche y a la luna.
Todavía no empezó el espectáculo. La vecina está en primera fila, de ahi no la va a mover nadie. Nos saluda y nos presenta a su hijo, su nuera y su perro. Contentos, los gorditos hacen el aguante comiendo un kilo de bizcochos, reponiendo las calorías gastadas en la trepada.
En un instante irrumpirán los tambores, aparecerán las medias lunas y las estrellas de Yambo Kenia en el Ramón "Loro" Collazo.
- Papá, estoy cansado. ¿Vamos a volver a casa?.
Bajamos lentamente, con el sol. La rambla esta atiborrada de autos que vuelven de sus trabajos. Miro a lo lejos buscando un claro en la marea del tránsito. De repente me sorprende su manito que se arrima a la mía, buscando protección para cruzar.
Llegando a casa se desata una lluvia intensa y el teatro se suspende. Al rato vemos pasar a la vecina jadeando, puteando, toda empapada.
En este carnaval, los dioses están para la joda, sacaron el pomo y empezaron a mojar.
Al mal tiempo buena cara.
¡Feliz Carnaval!
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En la década del 50, en un febrero muy lluvioso como el actual, un gran carnavalero encontró la fórmula para mofarse de la lluvia, bailando y cantando con una sonrisa.
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