Crónicas del barrio, la ciudad y el mundo

Crónicas del barrio, la ciudad y el mundo
Casuales casualidades, me llevaron a nacer... en Montevideo

viernes, 30 de agosto de 2013

¿Nostalgia de qué?

La Noche de la Nostalgia ha transformado el "sentimiento triste y melancólico por la dicha perdida" en la fiesta más grande del año.

Los uruguayos somos así, ponemos nombres tan contradictorios como Cerro Chato, Arroyo Seco, cárcel de Libertad y Fiesta de la Nostalgia.

Fiesta retro, vintage, temática o antinostalgia. Asado con los amigos, discos de vinilo, disfraces, pelucas. Recordar la música de "aquellos años" y los cuentos de "mi época", que pueden ser de todas las épocas. Es un buen pretexto para juntarse y divertirse, combatiendo una de las noches más frías del año.

Las tiendas de lencería de parabienes, es su época de mayor venta en el año. Parece que la doña y el don ponen a funcionar aquella vieja maquinaria media oxidada que con un poco de amor arranca nuevamente.


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María se vino a vivir a Montevideo hace menos de una año. Está muy coontenta con la ciudad, le parece mucho más segura que Córdoba y más aún que Buenos Aires. Además puede hablar con los que piensan diferente, sin llegar a ásperas confrontaciones.

Tiene una gran intriga con el tema del 24 de agosto. Hace muchos días que viene escuchando de la Noche de la Nostalgia, no se puede imaginar y quiere saber de que se trata. Trabaja en una ONG con adolescentes y jóvenes de contextos críticos. El sábado 24 por la mañana tiene una actividad en el barrio. Toma el tema que está en boca de todos y lo usa para trabajar, interroga a los jóvenes:

- ¿Qué significa para ustedes la nostalgia?
- Fiesta. Le responden con una sonrisa y cara de "es-obvio-qué-preguntás".
- ¿Qué sentimiento les sugiere? insiste María tratando de profundizar.
- Amor, fiesta y alegría

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Alberto vive alegre con su mujer y varios hijos. No le va demasiado el tema de la nostalgia, pero se contagió de la onda expansiva y organizó un asado con una familia amiga el 24 por la noche.

Aparte de carne y chorizos, para agazajar a sus visitas se le ocurrió pasar unos viejos discos de vinilo. Empezaron a girar los "negros redondos" de "Vinicuis y Toquinho", "Los que iban cantando", alguna murguita y "Supertramp". Para todos los gustos. Estaban en eso, riéndose y hablando del presente y el futuro, cuando empezó a sonar "The Logial Song" del elepe "Breakfast in América". En lo hondo del zurco, la púa empezó a rascar y en la memoria apareció una historia de verano. Alberto iba a la Feria de  Libros y Grabados que  se hacía en la vieja casona de Bulevar Artigas y Rivera. Iba ilusionado, a ver si está vez se animaba a declararsele a su primer amor. En las bocinas colgadas de los árboles sonaba el hit del momento, "The Logical Song". La emoción, el miedo, la adrenalina y el calor del verano erizaban su piel... Esperó a las 11, los parlantes anunciaban el cierre con el tema clásico nostalgioso, igual que todos los días. Estaba como una braza, la panza le hervía, se animó, el calor hizo encender la llama y la llama abrazó su cuerpo.

- ¡¡¡¡Albertooooo!!!! ¿dónde te metisteeeee? ¡Se te está quemando el asado!

Sacó la carne y cambió de disco. Puso el longplay "Mentiras Piadosas" de Sabina. Después de escuchar "Pobre Cristina", "El muro de Berlín" y "Si amanece por fin", una frase le quedó picando entre los dientes, mientras saboreabala con una sonrisa la carne quemada:

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió.

Iba cada domingo a tu puesto del Rastro a comprarte
carricoches de miga de pan, soldaditos de lata.
Con agüita del mar Andaluz quise yo enamorarte,
pero tú no querías más amor que el del Río de la Plata.

Duró la tormenta hasta entrados los años ochenta.
Luego, el sol fue secando la ropa de la vieja Europa.
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió.
"Mándame una postal de San Telmo, adiós, ¡cuídate!"-

Con la frente marchita. Fragmento. Joaquín Sabina. Si quieres escucharla cantada por el andalú, oprime aquí: http://www.youtube.com/watch?v=K_cy6-im-YQ


jueves, 22 de agosto de 2013

El último tren fantasma

La rutina, las responsabilidades y las facturas a pagar se fagocitan  los restos que quedan del viaje y de aquel aventurero que hace unas semanas se devoraba ciudades exóticas y culturas lejanas.

El turista

Pasando en tránsito por Roma, tuve unas horas de espera y no perdí la oportunidad de tomar el ómnibus turístico que recorre los lugares más emblemáticos de la ciudad. Fue corto e intenso, lo disfruté mucho y pagué con placer el montón de euros que me cobraron por dos horas de historia viva.

El ciudadano

En Montevideo tenemos un omnibus similar que los turistas utilizan para recorrer el Mercado del Puerto, Centro, Prado, el Palacio Legislativo y el estadio Centenario con su museo del fútbol. A este  último nunca entré, al Palacio de las Leyes tampoco. Voy dejando pasar semana tras semana. Como tengo "todo el tiempo del mundo" y puedo ir en diez minutos, no voy nunca. Mejor el próximo día del patrimonio. Así, ya dejé pasar casi 2.500 semanas.

El viaje

¿Será posible vivir la vida cotidiana como si fuera un viaje, ser turista en la propia ciudad?

¿Será posible ir todos los días al trabajo por un camino distinto, dejarse sorprender por un nuevo árbol, una flor que apareció, un sonido, un nuevo punto de vista del parque que ladeás todos los días o ese edificio famoso al que nunca entraste?

El último tren

El último tren pasaba
el martes de madrugada
y yo la pasé durmiendo
y nadie me dijo nada.

Hace años leí una entrevista a Jaime Roos donde contaba el orígen de la canción Nadie me dijo nada. Fue en un viaje que hizo por los andes, peregrinación a Machu Pichu por los años '70. Habla de un amor, de un lugar que dejó pasar. En los viajes estas situaciones son cotidianas y hay que decidir. El tren que no tomás, la estación en la que no bajás, el amor que dejás pasar, lo ves alejarse por la ventanilla y nunca más.



En unas semanas van a demoler el Tren Fantasma del Parque Rodó, con la araña peluda que acaricia tu cara, con el señor que te toca el hombro en medio de la oscuridad y con la piedra que se te cae en la cabeza. Entre los escombros quedarán las pesadillas que tuve de chico por culpa de las tres calaveras que danzaban y crujían destartaladas en la vieja fachada.

No se pierdan la oportunidad. Esta por pasar el último tren. Yo avisé.


Pronto será solo un cuento para hacer a los nietos en la noche de la nostalgia, como la Pista Veloz y el Ocho.

 - La vuelta ha finalizado, retiren el pie del pedal.

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Si quiere ver el video clip de Jaime cantando "Nadie me dijo nada", oprima aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=o7H3T8XBohc

viernes, 16 de agosto de 2013

Italiano que non parla italiano

Recibo savia italiana por todas las ramas de mi árbol genealógico.

Los Osimani somos oriundos del pueblo de Osimo, cerca de Ancona. Mi bisabuelo Alessandro Doménico venía para Buenos Aires, pero por esas cosas del destino y de las comunicaciones en el siglo XVIII, terminó en el Salto Oriental. Fue profesor y junto a su hermano Gervasio fue  fundador del Instituto Politécnico Osimani-Llerena. De ellos heredé la vocación por el estudio y las ciencias. Gracias a Alessandro y a su hija -mi tía abuela Celsa, de las primeras abogadas del Uruguay- que conservó una partida de bautismo original de su padre, escrita con pluma y tinta, me pude hacer ciudadano italiano. Soy parte de la diáspora, un italiano all'estero, aunque no termine de asumirlo.


Los Moizo somos oriundos del Piamonte. Mi bisabuelo, junto a sus primos se radicó en la zona rural de Montevideo y Canelones. Fueron y siguen siendo en su mayoría agricultores, quinteros y bodegueros. De ellos escuché cuentos relativos al hambre y el horror de las guerras. De los Moizo aprendí que hay que agradecer el plato de comida, el gusto por la tecnología y el orgullo por los frutos del trabajo, obtenidos del amor a la tierra y el sudor de las manos.

La lengua de mis antepasados se fue perdiendo con las generaciones. Solo me han llegado algunas palabras y frases sueltas por boca de mi madre, cuando recordaba las conversaciones con sus abuelos.

En mi reciente viaje al mundial de veteranos de basquetbol en Grecia, pasé en tránsito por Roma. Tuve una sensación extraña, era la primera vez que pisaba tierras ancestrales. Mi entrada fue por la puerta de migraciones que dice "Solo Ciudadanos de la Comunidad", ya que hace años tengo pasaporte italiano.

Al pasar por el scanner, luego de sacarme cinturón, monedas, celular, gorra y quedar con los pantalones a punto de caer, un agente de migraciones me habla en italiano. Al ver mi cara de desconcierto me pregunta:

- ¿Parla italiano?
- No. Respondí con cara de bochorno. 
Entonces el agente con mi passaporto en la mano me espeta:
- ¿Italiano que non parla italiano?  y me empezó a hablar en inglés.

 Me sentí totalmente avergonzado y prometí que para la próxima aprendería algo de italiano.

A la vuelta del viaje, aproveché unas horas que tenía de espera para conocer desde un omnibus turístico las bellezas de Roma. Quedé prendado, como para quedarme.

Nuevamente tuve que pasar por el scanner y nuevamente un agente me preguntó:

- ¿Parla italiano?
A lo que yo respondí tímidamente con palabras en un nuevo dialecto yorugua-piamontés:
- Parlo píccolo.

El agente me habló en italiano, lentamente y yo entendí casi todo lo que me dijo.




viernes, 9 de agosto de 2013

El despertador del tano

Una gripe de último momento me ha cortado la inspiración, así que hoy va un cuento que escribí hace un tiempo, basado en una historia familiar de inmigrantes tanos.

Para el próximo viernes prometo la crónica de mi bochornoso aterrizaje en tierras ancestrales.

El reloj del tano


A Doménico lo reclamó su primo de sudamérica. Partió de la vieja y civilizada Italia, cansada de guerras y hambrunas, llegó a tierra uruguaya, bárbara, fértil, en vías de pacificación.

Trabajó en la  nueva quinta y bodega de la familia de Giovanni en camino Mendoza, en la entonces lejana zona rural montevideana. Fue peón junto a polacos, lituanos, españoles y tanos de todas las regiones.
La mujer del primo, callada e infatigable, cocinaba para todo el batallón, 6 hijos y 4 peones. En la misma mesa, compartían el pan y el vino.

El sudor regaba el surco, hacía crecer las uvas, florecer los duraznos y los manzanos. La bodega era orgullo de la familia.

En la noche de San Juan quemaban la poda de la vid y los frutales, cerrando un nuevo ciclo natural y celebrando el santo del nono . En las horas extras cultivaban la huerta para el consumo familiar y cuidaban las gallinas. Como premio, de desayuno, se mandaban 2 o 3 huevos fritos cada uno.

Con los años Doménico se casó e hizo rancho aparte. Se levantaba con el traquetear del tren que pasaba rumbo a la estación Manga, generalmente a las 5:06 de la mañana.

Con sus primeros ahorros, le planteó a la patrona la necesidad de comprar un reloj a cuerda que le permitiera independizarse de la ya deteriorada puntualidad inglesa.

Con sus pesitos en una bolsa, marchó al centro en el ómnibus del gallego Angelito, el 175 que hacía el recorrido Las Piedras - Ciudadela.

Volvió a casa con una caja y una sonrisa: “¡Ma’ qué relogio!”. Y empezó a teclear con nostalgia una canzonetta italiana en su flamante acordeón.