Escribí esta historia de los Osimani en Uruguay para los festejos de los 150 años del Instituto Politécnico Osimani Llerena de Salto, el liceo más antiguo del interior que este 1 de noviembre cumplió sus primeros 150 años.
Adelante: Eduardo y Daniel, atrás: Ana, Ma. Teresa y Celsa (Oculta) Osimani
El
viaje a Salto
Cuando
yo tenía 7 años vine a conocer Salto con mis padres, mi hermano y mis
primos.
Viajamos
toda la noche en un viejo auto marca “De Soto” del año 1954. La calefacción no
andaba y hacía frío. Mamá nos envolvió las piernas con frazadas, para que no
nos agarremos sabañones, que eran como unas heridas que te salían en los pies
por el frio.
Llegamos
a Salto de mañana y fuimos al centro. Me llamaba la atención una calle se tuviera
por nombre “Calle Uruguay”. Era muy linda, bajaba hasta el río. Recuerdo otra,
la “Calle Brasil”.
Por la
noche, desfilamos por “calle Uruguay” en una carreta. Íbamos con mis primos
sosteniendo un cartel que decía “Familia Osimani”. En el asiento de atrás iban
las tías viejas, Celsa y María Teresa. Ellas conocían a todo el mundo,
saludaban y tiraban besos.
Parece
que se festejaban los 100 años del liceo que fundó un tío bisabuelo que había
venido de Italia y que se llamaba Gervasio. Yo estaba en segundo de escuela y
ya sabía contar hasta 100. Demoraba
mucho en llegar a 100.Me
parece increíble, que ahora pueda contar hasta 150 y ser uno de los que pueden
transmitir una parte de la historia. Gracias por permitírmelo.
***
Soy Daniel Osimani, ingeniero de sistemas y jugador de
basquetbol.
Bisnieto de Alessandro que era hermano de Gervasio Osimani.
Gervasio se casó pero no tuvo hijos. Como todos saben, a
quien dios no da hijos el diablo le da sobrinos, y acá estamos.
Mi padre, Héctor Osimani era salteño. Fue a Montevideo a estudiar
en la Udelar y luego se quedó a trabajar y llegamos nosotros.
En el libro de los 150 años del IPOLL, mi tía abuela, Celsa
Osimani escribió una nota hablando de su relación con el liceo y sus
fundadores. A su tío Gervasio no lo conoció, pues era muy chica cuando él
murió. Si recordaba a su tío adoptivo Miguel Llerena, tío “Coyito” le decía.
Tuve la suerte de disfrutar unos cuantos años a la tía
abuela Celsa, toda una institución en la familia. Les voy a contar de ella y de
algunas cosas que nos legaron los fundadores y que se repiten en la familia,
generación tras generación.
¿Cómo
me empecé a conectar con mis antepasados?
Mi padre era medio callado en casa, sobrio, chapado a la
antigua, no contaba mucho de sus antepasados. Cuando yo tenía 23 años empecé a
preguntar un poco más, ¿cuándo había venido su abuelo de Italia?, ¿qué
parentesco teníamos con el fundador del liceo? Mi padre me dijo que vaya a lo
de la tía que conserva documentos de los viejos.
Entre los papeles que había conservado la tía Celsa, estaba
una partida de bautismo original de mi
bisabuelo Alessandro Ignacio Domenico Osimani Giardinieri, escrita a mano con
pluma y tinta por el cura párroco de Numana, provincia de Ancona, Italia.
Con ese documento empecé a tramitar mi ciudadanía italiana.
Además, tuve que averiguar y sacar todas las partidas de nacimiento, casamiento
y defunción de todos mis antepasados. Ahí empecé a conectarme con mi historia y
entender más a los viejos.
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Certificado de Bautismo de Alessandro Osimani. Numana, Ancona, Le Marche |
Transcurría el año 1989, hacía poco que había terminado la
dictadura y la restablecida democracia aún estaba débil. La “ley de Caducidad”
votada en el parlamento en 1986 que otorgaba impunidad a los militares por las
violaciones de los derechos humanos se había ratificado hacía poco en un
plebiscito. Muchos quedamos muy desilusionados y con miedo. Los jóvenes,
nuevamente empezamos a poner un ojo en el aeropuerto. Tener un pasaporte
europeo facilitaba todo. La estela en el océano atlántico era de ida y de vuelta.
Gracias a esa partida de bautismo original de mi bisabuelo, pude
hacerme ciudadano italiano. Mis hermanos, mis hijos y sobrinos también. Por
suerte la democracia en Uruguay se consolidó, encontramos buenos trabajos y
nunca tuvimos que usar el pasaporte italiano como escapatoria.
La
tía Celsa
No llegue a conocer a mi abuelo César. Pero si tuve la
suerte de disfrutar a sus hermanas,
Celsa y María Teresa. Celsa nació por 1908 y fue la más chica de 8
hermanos. Su padre, Alessandro murió cuando ella tenía 1 año. Mi bisabuela
Esther y mi abuelo César se tuvieron que hacer cargo de la familia. César tenía
18 años.
Celsa entró al IPOLL en 1920 y cuando terminó preparatorios
se mudó a Montevideo para estudiar abogacía en la Universidad de la República
(UDELAR). Se debe haber recibido en la década del 30. Calculo que fue una de las primeras abogadas y la única
profesional de sus hermanos.
Trabajaba en el Poder Judicial, era actuaria en un juzgado.
Celsa fue una figura muy importante en la familia, era toda
una autoridad y además, muy divertida. Mujer firme, independiente, preocupada
por el estudio de todos los sobrinos, por la justicia y por la democracia.
En su casa de Montevideo cobijó a su sobrino Héctor, mi
padre, cuando fue a estudiar Ciencias Económicas en la década del 50.
***
Me acuerdo de una visita solemne que hicimos con mi padre a
lo de tía Celsita. Yo jugaba en el escritorio, girando en la silla de roble, mi
viejo fue a consultar a la venerable anciana qué había que votar al otro día.
Era el sábado 29 de noviembre de 1980. Tenían miedo, se hablaba despacio, yo
tenía 14 años y me daba cuenta de que hablaban como en secreto. Las paredes
oían.
La tía Celsa bajó la línea, firme. El domingo mi familia
votó NO a la reforma constitucional que proponía la dictadura para propagarse
en el tiempo.
¿Qué valores quedan en la familia 150 años después?
Estudios
Universitarios
Gervasio hizo estudios terciarios en Ancona. Fue
seminarista.
Los fundadores del liceo, con su ejemplo nos motivaron a
estudiar en la universidad.
Con el impulso de mi tía abuela Celsa abogada, de mi padre
que fue Contador Público, mis hermanos y mis primos pudimos estudiar también en
la Universidad.
Por el otro lado de la familia, estaba Vicente Osimani que era
el otro hermano de Gervasio y que se radicó en Buenos Aires. Uno de sus hijos
vino a estudiar al IPOLL, y luego se recibió de Químico en la Udelar. Su hijo
Juan José Osimani, fue un eminente médico, catedrático de parasitología. Juan
José es el que escribe una nota en el libro de los 100 años del IPOLL, junto a
mi tía abuela Celsa.
El IPOLL, a poco de su fundación fue reconocido como
preparatorio para el ingreso a la UDELAR. El liceo con su tradición de buena
educación fue clave para la instalación de la Regional Norte de la UDELAR en
Salto.
Por suerte, la sociedad y la universidad pública siguen
mejorando, hoy más de la mitad de sus estudiantes son primera generación de
universitarios en su familia. La matrícula sigue creciendo, ahora con varias
facultades en el interior y también con la UTEC.
Cada estudiante que llega a la Universidad es un techo en su
familia que se corre, una vida más libre, con más herramientas para crecer y
desarrollarse. Para sus hijos y sus nietos va a ser más fácil acceder a
estudios terciarios, igual que lo fue para nosotros que tuvimos el ejemplo y
las herramientas que nos dejaron Gervasio Osimani y Miguel Llerena.
Vocación
de servicio
Además del estudio, también heredamos la vocación de
servicio, el interés y la responsabilidad por la cosa pública y el desarrollo
de los ciudadanos.
Mi abuelo fue el encargado de la colecta que empezó en 1952
para juntar fondos para la construcción del nuevo liceo, ese que con el
esfuerzo de todos se estrenó 20 años después en 1971. Desarmando la casa de mis
viejos encontré la contabilidad de la colecta. El abuelo César y mi abuela
María Julia Peirano se encargaban de juntar los aportes mensuales en un barrio
de la ciudad de Salto. Pertenecían al Comité de exalumnos, que junto al comité
popular realizaban la colecta. Todo estaba muy bien documentado, recibos, planillas.
!Qué organización, años de colectas! Demostrando que las
instituciones no nacen ni crecen solas, ni las planta el estado con una
semilla; surgen del calor de gente que trabaja y sueña una sociedad mejor. Desde Gervasio para acá varios hemos tenido vocación de servicio, participado
en la educación, comisiones de fomento, directivas, gremios, militancia
política, en la salud, la justicia o construyendo cooperativas de vivienda.
Una anécdota de la tía Celsa: un día llega a su casa un
sobrino y ve que la joven que ayudaba a la tía en las tareas domésticas estaba
tecleando en la máquina de escribir.
La tía Celsa le dice: sos muy joven, no vas a trabajar toda la vida
de empleada doméstica. Le estaba enseñando a escribir a máquina,
fundamental para cualquier trabajo.
La
Alegría de vivir. No solo se trata de estudiar y servir.
Las tías abuelas
Las tías viejas Celsa y María Teresa eran maravillosas, muy
divertidas, con más de 80 años nos alegraban las fiestas familiares, cumpleaños
y nochebuenas. Celsa hacía unos discursos grandilocuentes en broma, moviendo
sus brazos como aspas, finalizando siempre con un “He dicho señores”. Los
gurises nos reíamos a carcajadas. En las fiestas abundaban la música y los
bailes.
El abuelo César
Mi abuelo Cesar, a pesar de la falta temprana de su padre y
las responsabilidades que asumió con 18 años, nunca perdió la alegría de vivir,
participando de todo tipo de actividades sociales y deportivas.
El “Choco”
Mi tío Julio César “Choco” fue un gran trabajador, bailarín
de tango, patinador artístico, nadador, asador, acampante, navegante,
dicharachero y bromista. Era la cara opuesta de mi padre Héctor, que era
sobrio, reservado, calculador y con todo controlado. Dos caras de la misma familia
Osimani.
El Choco se fue muy joven y por un tiempo, con el se fue la
alegría de las reuniones familiares. Por suerte, fue más fuerte su legado y
retornaron las fiestas y los bailes, al empuje de los más chicos.
Ya de grande, entendí que el mundo intelectual, de la
cultura, de los estudios, se podía complementar con lo festivo y lo alegre.
Leyendo a José Pedro barran y su historia de la sensibilidad en el Uruguay, me
di cuenta que la sensibilidad “Disciplinada” y la “Bárbara” conviven y van de
la mano en todas las historias familiares. Lectura que recomiendo
profundamente.
Cierre
Quiero agradecer a toda la comunidad educativa del IPOLL y especialmente
a la directora Silvia Sevrini que nos invitó a participar con gran entusiasmo.
Todos ustedes me han hablado del liceo con mucho amor y tienen puesta su
camiseta.
He participado muchos años en comisiones de fomento de las
escuelas y Apales liceales de mis hijos y conozco de cerca la lucha titánica
que es sostener la educación pública. Gracias a todos ustedes que la sostienen.
En el cierre, quiero recordar a mi padre y su amor por el
pago.
Mi viejo tenía un montón de documentación guardada que yo
encontré recientemente y entregue al liceo. Fotos, recortes de diario de los
100 años del IPOLL.
Mi viejo era nostálgico.
Permanentemente recordaba la ciudad de su nacimiento y juventud. Venía
anualmente a Salto a encontrarse con sus primos y amigos. Yo creo que fue un
migrante dentro del país, emigró del Salto Oriental a Montevideo.
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Héctor "Charrúa" Osimani, Delia Moizo, Ana María Carvallo, Julio César "Choco" Osimani |
A los 80 años tuvo un ACV que le dificultó el habla, se le
desaparecieron muchas palabras. Salto
siempre la pudo pronunciar bien. Se le iluminaba la cara cuando nombraba el
pago. En sus últimos momentos yo le recordaba los apellidos de sus amigos de la
Casa de Salto, donde fue tesorero muchos años. El repetía sus nombres y se
reía.
Murió hace poco con 92 años, luego de una vida bien vivida.
Sus últimas palabras fueron: “Choco” y Salto.
“Choco” era el sobrenombre de su hermano, su complemento, la
alegría, los sobrinos, la familia.
Salto, era su tierra, su historia, el liceo.
¡Dejémonos de nostalgias, que reine la alegría y los
festejos, que en eso estamos!
Ya cerca de fin de año, voy a saludarlos como saludaba mi
viejo y como diría Gervasio en su lengua natal:
¡Felici centocinquanta anni!
¡Salute Instituto Politécnico Osimani - Llerena!